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Filosofía de la imagen: el poder de lo visual para reflejar y transformar el mundo


duane michals
© Duane Michals

Estamos tan, pero tan acostumbrados a vivir rodeados de imágenes de todo tipo, que naturalmente a veces olvidamos el papel fundamental que tienen no sólo en nuestra supervivencia, sino también en nuestra manera de comunicarnos e incluso de formar y moldear culturas y civilizaciones enteras. El término filosofía de la imagen puede sonar un tanto cuanto críptico o disparatado a primera vista ¿qué tiene que ver lo uno con lo otro?


Pues mucho. Y es algo que absolutamente todos los artistas visuales deberíamos tener muy presente para entender el verdadero alcance que puede tener una obra con los fundamentos teóricos y conceptuales adecuados. Hoy el blog de Luz Viajera vamos a profundizar un poco en este tema que es por demás interesante y útil para lo creadores audiovisuales y de todo tipo, pero primero, un poco de biología… y de historia.


La visión y la imagen: una relación estrecha, pero no exclusiva


La vista es nuestro sentido con mayor alcance. Un ojo sano es capaz de percibir la llama de una vela en la oscuridad a casi cincuenta kilómetros de distancia, cerca de un millón de tonos de colores distintos y diferencias clarísimas entre una pulga y una hormiga, por citar solo algunos de los prodigios que es capaz de realizar.


La cantidad de información sobre nuestro entorno que obtenemos a partir de la mirada es abrumadora. Tanto así, que perder la vista está considerado como algo mucho peor que perder el oído o el olfato, por ejemplo. Los ojos nos ayudan a ubicarnos en el espacio, a esquivar peligros, a identificar fuentes de alimento y calor, orientan nuestros deseos sexuales -y por lo tanto tienen una función vital en la reproducción- identifican símbolos y, la mayoría de las veces, son capaces de diferenciar lo que es “real” en términos de presencia física, y lo que no.


Nuestra capacidad de “ver”, sin embargo, no se limita a nuestros ojos. El acto de observar deriva en un producto mental determinado llamado “imagen”. Pero no sólo al observar se forman imágenes, también al imaginar, al soñar y al recordar. De allí que las personas que han quedado ciegas puedan seguir creando imágenes mentales. Quienes son invidentes de nacimiento tampoco tienen negado el universo de las imágenes: la imagen sonora o táctil, e incluso el mapa olfativo, sustituyen a la imagen visual en sus circuitos neuronales, por así decirlo. ¿Te sorprende cómo alguien con ceguera se mueve con sorprendente fluidez en los entornos con los que está familiarizado? Bueno, es porque puede “ver” de otras maneras.


Las imágenes no nos abandonan ni cuando cerramos los ojos. Quizá también a ti te haya sucedido que así, de la nada, llega una imagen muy particular y nítida a tu cabeza, que parece no tener nada que ver con lo que estabas pensando o haciendo. Y no sólo aparecen y ya. ¿Cuándo fue la última vez que una imagen te hizo soltar una carcajada? ¿o hacer una mueca de indignación o disgusto? ¿recuerdas la última imagen que te hizo llorar?


¿Qué hay de la última imagen que logró influir decididamente en tus acciones?


La imagen es todo un universo: fluctuante, complejo, prácticamente inabarcable. Un universo lo bastante amplio como para que entre en él una nutrida filosofía inherente, capaz de explicarnos -o al menos, con la esperanza de- cómo es que las imágenes impactan en todos los aspectos de nuestra vida como individuos, como sociedad, y como humanidad que evoluciona y cambia.


El ojo que vio lo que no estaba (o ESE gran salto evolutivo)


No vamos a pedirte que imagines un mundo sin imágenes. Afortunadamente, seguramente eso te será imposible. Pero trata de ponerte en el lugar del primer homínido que vislumbró, al mismo tiempo, los parecidos y las diferencias que había entre un peligroso tigre prehistórico de media tonelada y una mancha de musgo en una piedra que se parecía a un tigre.


¿Cuánto tiempo crees que ese mono se quedó ante la “imagen”, tratando de resolver su confusión mental? Cientos de años después de ese primer momento -lo que en términos evolutivos significa sólo un parpadeo- el humano primitivo ya estaba explorando los rudimentos que le permitían conectar imágenes que no eran el objeto en sí mismo, con el significado del objeto en sí. Una proeza realmente milagrosa que sentó las bases para el posterior desarrollo del lenguaje, del cual nació la capacidad de contar historias, de la cual surgió la continuidad de las culturas primitivas, gracias a la cual pudimos desarrollar la escritura, que nos permitió transmitir y almacenar información de maneras lo bastante eficaces como para que eso llamado “historia” le diera pie a esto otro que llamamos “modernidad”.


Las imágenes nos han acompañado desde la primera chispa de creatividad abstracta que surgió en nuestro cerebro. ¿Aún te quedan dudas de la importancia de la imagen como fascinante objeto de estudio filosófico?



Filosofía de la imagen y tipos de imágenes


Antes de continuar y explicarte de una vez por todas por qué la filosofía de la imagen debería interesarte, especialmente si eres o quieres convertirte en un artista visual, conviene profundizar un poco en la naturaleza de las imágenes y los distintos tipos que hay.


No vamos a definir lo que es “una imagen” porque de eso ya se han ocupado infinitos filósofos y estudiosos del tema (entre ellos psicólogos cognitivos, artistas y fisiólogos), y seguramente lo han hecho bastante mejor. Lo que sí vamos a exponer es que una imagen es, ante todo, una representación. Pero no necesariamente una representación del mundo tangible y físico que nos rodea: las imágenes no siempre -en realidad, casi nunca- son concretas, sino que siempre están coqueteando con el delirio y la subjetividad, tanto de quien las crea como de quien las mira.


Piensa en una Jirafa. Lo que apareció en tu cabeza no es una jirafa, es la imagen mental de una jirafa, pero seguro es bastante aceptable ¿cierto? Aunque, si pudieras “ver” la imagen mental que cualquier otra persona tiene de una jirafa, seguramente te sorprenderías muchísimo de las diferencias.


Ahora piensa en una fotografía a color, tomada por un fotógrafo experto, de una Jirafa en la portada de la revista Nat Geo.


Piensa ahora en la escultura más o menos abstracta de una jirafa expuesta en una galería de arte moderno.


Ahora, piensa en el símbolo de trazos lo más sencillos posibles, que puedan representar, sin lugar a dudas, a una Jirafa.


Todas las anteriores entran en la categoría de imágenes porque son representaciones de la jirafa, o de nuestra idea de la jirafa, o de las característica simbólicas más relevantes que hacen que una jirafa sea tal, y no una anguila ni un camaleón. Y sin embargo, son tan diferentes, y detonan los mismos circuitos mentales de manera tan distinta, que por otro lado parecen estar extremadamente alejadas unas de otras. Todos estos distintos tipo de representación tienen un nombre particular que las distingue: imagen gráfica, imagen mental, imagen natural imagen figurativa, no figurativa, inmaterial, etc. Pero no entremos en tecnicismos: sigamos avanzando.


El mono que se imagina a sí mismo: ese eres tú


No te ofendas. De hecho, ser un mono que tiene una imagen de sí mismo equivale, hoy en día, a ser la criatura con el cerebro más complejo del planeta. Y te vamos a demostrar esa complejidad con un pequeño experimento: cierra los ojos y trata de imaginarte a ti mismo a través de la mirada de otro. La imagen mental que se forma eres tú. Pero al mismo tiempo, no eres tú. Es la imagen que tienes de la imagen que crees que los demás tienen de ti, y sin embargo, tiene algo que tú mismo no podrías saber de ti sino a través de la mirada de otro.


¿Suena complicado? En efecto, lo es. Este es un ejemplo muy básico, pero al mismo tiempo ilustrativo, que nos da una idea de uno de los principales objetos de estudio de la filosofía de la imagen: exactamente ¿qué papel juegan las imágenes en nuestra percepción e interpretación de la realidad subjetiva? ¿la imagen puede alcanzar alguna clase de objetividad ideal, o depende siempre de la interpretación de quien la mira? ¿es una imagen ideal o “icónica” más real que un objeto defectuoso o extraño en la medida en que la primera nos permiten ordenar y darle sentido al mundo, mientras que la segunda tiene que subyugarse a una categoría cualitativamente inferior al ideal?


Las preguntas que se han hecho los filósofos de la imágen, o, mejor dicho, los filósofos que han abarcado el asunto de las imágenes -porque el término “filosofía de la imagen”, para ser justos, es realmente reciente- van de lo más simple y obvio hasta los planteamientos ininteligibles de eruditos que están buscando desentrañar la esencia misma de la representación simbólico-visual del imaginario colectivo.


No es poca cosa. Y requiere de un montón de trabajo intelectual. Y ahora la pregunta realmente importante ¿para qué sirve todo esto de la filosofía de la imagen?


Filosofía de la imagen: una herramienta para cambiar al mundo


Platón, Aristóteles, Schopenhauer, Kant, Heidegger, Lacan, Wittgenstein y otros filósofos famosos que quizá hayas escuchado antes, reflexionaron mucho sobre la naturaleza de las imágenes como fenómeno de la percepción y de su relación con la “realidad”. Podríamos pasar horas hablando sobre sus fascinantes ideas al respecto, pero eso nos llevaría todo un curso. Lo importante aquí es considerar que, si le dedicaron tanta atención al tema, es porque alguna importancia tiene dentro de la filosofía.


La imagen es, entre otras cosas, una representación de un fragmento óptico del entorno, real, posible o imposible. Es ambivalente, inasible, siempre tiene algo de falso y algo de verdad. Es inexistente por sí misma en tanto que alguien la tiene que experimentar. Cuando es producto de un proceso creativo, expresa parte de una visión del mundo, quizá un mensaje, quizá una idea, quizá un deseo. Pero sus efectos psicológicos siempre provocan alguna clase de transformación perceptiva en quien las experimenta.


Nunca antes en la historia de la humanidad hemos estado tan saturados de imágenes. Nunca ha sido tan sencillo obtener imágenes en vivo y en directo de lo que ocurre en continentes lejanos; enterarnos, mirar lo que antes nos estaba completamente negado por obra del tiempo y la distancia. Y al mismo tiempo, nunca las imágenes han funcionado como un escudo tan efectivo entre nosotros y la realidad que no queremos ver.


Sobredeterminadas y en exceso artificiales, son excelentes herramientas para regímenes políticos y de consumo que se sostienen a partir del condicionamiento irracional de las masas. Quien logra iconizar, entronizar y monopolizar una imagen suele adquirir un poder brutal sobre los demás. Y en la otra cara de la moneda, hay imágenes capaces de quitarnos la venda de los ojos y de movilizarnos en favor de la solidaridad, la sensibilidad estética o la justicia. Las imágenes tienen un poder impresionante. Pueden cambiar al mundo y lo han demostrado infinidad de veces. Pueden liberar o esclavizar.


La filosofía de la imagen es importante, especialmente para nosotros los creadores, porque nos ayuda a entender el mecanismo detrás de su naturaleza de arma de doble filo, y a ponerlo al servicio del mensaje que queremos transmitir. Nos ayuda a identificar el objetivo real -a veces de una peligrosidad abrumadora revestida de inocencia y aspiracionismo- que hay detrás de los discursos visuales de la modernidad, y nos da las armas que necesitamos para romper con la inercia alienante de un bombardeo mediático que se caracteriza por la cantidad y nunca por la calidad.


Sobre todo, la filosofía de la imagen nos da la posibilidad de entender en un nivel más profundo la génesis de nuestras imágenes internas, a usarlas como fuente inagotable de energía en el proceso creativo y a sublimar conceptos personales y sociales que son, junto con la estética y la técnica, la esencia misma del arte en toda sus formas.


Dentro de cada artista hay un impulso que no sólo busca mostrar y exponer, sino también dialogar y transformar. Compartir la forma en que imaginamos al mundo para poder entenderlo y cambiarlo de otras maneras. Filosofar sobre la imagen es una actividad tan riesgosa y aventurera como cualquier otro ejercicio filosófico, y en Luz Viajera queremos invitarte a que te atrevas a profundizar en este tema que hoy te hemos expuesto de modo tan general. La verdad es que hay muchísimo que aprender y con lo que sorprendernos.


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Fuentes


http://www.memoria.fahce.unlp.edu.ar/art_revistas/pr.3625/pr.3625.pdf


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